23 de noviembre de 2011

Ayudar



Es absolutamente inverosimil mi capacidad para consolar a las personas. No sé donde lo aprendí realmente. Quizás sea algo innato, sino no me explico como logro ayudar a la gente con sus problemas, cuando en linea generales, como diría Oscar Wilde: Los problemas ajenos me resultan de una banalidad exasperante.

Tal vez sea que la mayoría de la gente tiene las mismas crisis, y los clichés se me dan fantásticos. Puede ser que ya tengo una serie de monologos previamente armados, y elija el adecuado a cada circunstancia. Un par de preguntas para ver por donde viene la mano, un par de consejos bien dados, y siempre se van contentos.

Quizás sean las palabras extravagantes las que generan ese efecto, los distraigo con vocablos que no comprenden a la perfección, o que se prestan a interpretaciones ambiguas; y mientras se ocupan en deducirlos, sus problemas pierden todo tipo de dramatismo.

Estoy segura que no lo hago de martir, como ya dije, en general cuando escucho a alguien me entretengo más estudiando su psiquis, que sus problemas en sí. Pero eso no quita que me alegre de saber que le hago un bien a un ser querido. Al fin y al cabo yo también tengo mis problemas.

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