Me prometiste el cielo y te creí, me prometiste el infierno
y me lo diste. Hiciste temblar cada parte de mi historia, de mi vida.
Destrozaste mi amor propio, mi orgullo y tal vez parte de mi alma. Pero
contradictoriamente no te odio. Me enseñaste que las historias de amor
turbulentas no son más que obsesiones, que no te ama el que te lastima, y que
el silencio muchas veces duele más que una palabra.
Y hay días que todavía te pienso, que enmudezco
recordándote, y juego a quitar uno por uno todos esos velos que me puse, para lograr ver perfección donde no había más que
maldad. Porque eso es lo alucinante, todavía hoy lucho por recordarte
exactamente como eras, y no como en algún momento te creí.
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