Alguna vez fui banal, alguna vez mi mayor preocupación era
una cartera que quedará perfecta con esos zapatos rojos, o con ese vestido de
lunares de ensueño. Que el maquillaje no se corriera y que siempre sintiera que
sonaba una canción de fondo. Algunos días sigo siéndolo. Y los tacos dejan de
doler, el rubor le da color a mis mejillas, y probablemente tararee una melodía
mientras pienso que nada ni nadie puede detenerme. Porque si la música no está,
más me vale proporcionarla yo misma.
E imagino que mi vida es una película, que mi novio es un
príncipe azul, y que Audrey Hepburn me mira desde el otro lado de la pantalla. Que
Givenchy me viste, y soy una musa para sus diseños. Que Tiffanys es grande,
brillante y esta a mi disposición para que desayune contemplándola cada mañana.
A veces a mi gato sólo lo llamo por “Cat” y alucinantemente
responde al nombre. Desayuno con Champagne, porque nunca es demasiado temprano
o demasiado tarde para festejar. Y nunca recibo malas noticias sin haberme
pintado los labios. O al menos eso suelo decir.
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