No todos los finales terminan en un “y vivieron felices para siempre”. Me atrevo a decir que son una microscópica minoría los que sí. El amor duele, el amor cuesta, y siempre que miro alrededor alguien que quiero está derramando una lágrima y nada podemos hacer los terceros para contener ese dolor. Porque no son mis palabras las que quiere escuchar, porque no son mis promesas las que necesita y sin duda no soy la persona que desearía que la estuviera abrazando.
Estamos ahí, como otros
han estado ahí para mí, pero eso no alcanza. Saber que la persona a la que amas
se va y no podes retenerlo, es una de las peores sensaciones de impotencia
posibles. Es sentir que el dolor te asfixia, como si dos manos grandes se
estuvieran aferrando a tu garganta. Es sentir que el mundo, tu mundo, se
destroza a tus ojos. Es sentir que si hay una vida, después de esa vida, no
queres vivirla.
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