El problema es caer, los
golpes siempre son duros, no importa de que tipo, y muchos veces el factor más
importante es la altura, cuanto más alto volamos, más terrible es el golpe, más
difícil recuperarse. Y las caídas siempre conllevan desilusiones, es asumir que
no tuviste las alas tan fuertes, ni la mirada tan fija en un punto a seguir, ni
el corazón tan apasionado.
A veces caemos por el
propio peso nuestro, otras por el peso de otro, otras porque alguien se cruzó
en nuestro camino, pero siempre la sensación es la misma: “Pude tener el mundo,
y ahora sólo puedo sacudirme la tierra de las alas, y agradecer no estar
fracturado”. Lo más complicado es volver andar, primero a pequeños saltos,
tomando confianza, hasta que por fin podemos saltar del precipicio y empezar a
planear. Quizás luego con un poco más de esfuerzo, nuestras alas nos lleven al
cielo.
Y eso es lo único que
importa, no importa el dolor, no importa lo que cueste, el quid de la cuestión
es volver a intentarlo. Porque no gana el que no intenta, y porque el cielo
solo lo alcanza el que aprende a caer.
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