17 de junio de 2011

Marquesa de Merteuil


No estoy segura cuando empezó a ser un juego y dejo de ser algo casual. Pero un buen día me encontré saboreando cada triunfo, y manejando las conversaciones para llevarlas al lugar que necesitaban que se dirigiesen, sin mayor dificultad. Hacía que la gente saltara a la altura que quisiese y en algunos casos, hasta rogandome hacerlo. Disfrutaba mis victorias. Me relamía con cada logro, y me frotaba las manos con cada batalla ganada. Para cuando me percaté ni siquiera era un pasatiempo ya, sino una obsesión con todas las letras.



Las más divertidas siempre eran las improvisadas. Aquellas que se presentaban ante mí sin siquiera haberlo deseado y que precisaban de minuciosos e inmediatos análisis, para ser llevadas a cabo. Las saboreaba, como un leon a punto de tirarse sobre un cervatillo indefenso.  Porque sí había algo mejor que ganar, era ganar un frente el cual por falta de tiempo, o interés no pensaba pelear. Sí me lo entregaban en bandeja de plata, no podía más que agradecer a mi suerte y tachar un país más en el TEG que se había vuelto mi vida.



Algunos me consideraban una psicopata, otros me tenian lástima y otros se divertian ante lo ocurrente, ante lo estrategico o lo que más les gustase. No era maldad mi motivación, no había fines ruines tras mis palabras. La única razón que me incitaba a hacerlo, era el saber que podía, y la capacidad de poder seguir un plan hasta el final aun cuando el caos invadiera mi vida.



Ese era el problema, yo estaba demasiado obsesionada con obtener lo que consideraba mi objetivo; como para detenerme a pensar. Tanto, que ni siquiera me importaba que ganando esa guerra, perdiese todo un imperio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario