26 de octubre de 2011

Sid y Nancy


Hace unos días volvimos a hablarnos. Siempre me “enorgullezco” de poder mantener un buen vínculo con la mayoría de los hombres con los que he estado. Será porque no soy buena manteniendo el enojo y no importa cuánto me lastimen, lamentablemente, termino olvidándolo.

Tal vez él sea el que más me lastimo. No por la fuerza del sentimiento, sino por la ingenuidad del mismo, y la ingenuidad con la que confié en él. Creí que sería incapaz de herirme, y creí que yo sería lo suficientemente fuerte para manejar cualquier situación. Es obvio, que ninguna de esas cosas sucedieron como esperaba. Él resulto no ser tan bueno como creía, y yo más enamoradiza de lo que esperaba.

Y los problemas empezaron a tocar nuestra puerta, nuestras ventanas, nuestras vidas. Las peleas se suscitaron una tras otra, sin intervalos de falsa tranquilidad ni nada semejante. Y ambos lo permitíamos. Porque es precisamente cuando podemos ver los limites de nuestra locura, cuando nos volvemos adictos a ella. Y con él no había limite que valiera. Siempre podía caer un poco más bajo, que el caería conmigo. Porque sí había algo en lo que nos complementábamos era que nuestras peores facetas se llevaban perfectamente.

Supongo que si quisiera ser dramática podría decir que fue mi SId y yo su Nancy. Por suerte él no tenía oído musical, ninguno consumía heroína y yo no termine acuchillada en el baño de un hotel. Hasta podríamos decir que tuvimos un final más feliz, separados pero bastante más sanos que ellos. Y sin embargo, en días como hoy no puedo evitar pensar que quizás ese no fue nuestro final, fue solo otros stand by en nuestra relación, como muchos otros.

Y la pregunta obligada me asalta por las noches ¿Esta vez funcionaría? Al fin y al cabo, sigo siendo una ingenua.

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