Después de Emanuel nunca volvía ser la misma, de alguna manera me había corrompido. Y cuando me canse de extrañarlo, empecé a imitarlo. Representaba mi papel con total perfección, al fin y al cabo, yo conocía cada manía, cada respuesta, cada ciclotimia… Me volví su versión femenina, acrecentando muchos de mis antiguos defectos, que yo creía superados.
El cinismo domino mi vida, porque de esa forma no lo necesitaba. Hubiese dado mucho porque lo nuestro funcionara, y cada día la resignación me demostró que le pedía demasiado. Para cuando me di cuenta ni siquiera era a él, lo que le exigía, sino sombras. Y no era que yo me conformara con poco, es que mi corazón – sí alguna vez tuve de eso- se había enfriado lo suficiente como para no extrañar, si quiera, aquello mismo que quería.
Para cuando ya no quedo nada, cuando ni siquiera nos teníamos uno al otro, o lo que nos generábamos, hubo que renunciar. Juntar las lágrimas, los recuerdos y los planes, y marcharnos. Porque algo había acabado y era hora de aceptarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario